En principio no molesta. Lees la novela y no te molesta, no te reclama, está ahí totalmente terminada y no te necesita (Barthes se indignaría con esto que digo). No sé bien qué pretende Abel Posse en El viajero de Agartha (y no se los voy a preguntar a los críticos literarios que el propio Posse identifica como “comisarios de letras”). Un señor alemán nazi viaja por Oriente disfrazado de señor inglés para que no sospechen los rivales y lo detengan. Tiene que llegar a la Ciudad de los Poderes de donde creen que el nazismo recibió su fuerza. Es un relato que transcurre en tanto transcurre el viaje pero que a mí me pareció una pura anécdota, un álbum de fotos. Claro que tiene algunas genialidades propias del escritor, pero más propias del oficio: a cierta altura de la vida y la escritura decir algo interesante es pura matemática. Entre medio me quedé con mi propio viaje, mi propio recorrido a pesar de la resistencia de la obra: un camino por el tiempo y el espacio que cuestiona los sentidos. “Al anotar la fecha iba a precisar que hoy es lunes. Esta carece de significado aquí. Siento que ni hubo domingo ni seguirá un martes. Todo un rito de vida queda abolido si uno no le encuentra sentido a la palabra lunes.” Cuando habla de “aquí” se refiere a una cultura distinta con tiempos marcados por prácticas diferentes y en contextos naturales no inteligibles al forastero. El viajero termina siendo devorado de su propio viaje, algo que sabemos a la página 2, pero que se confirma recién en la última. Como dijo Harrison Ford cuando vio Alphaville: “no la entendí”.
Esther