En su grave rincón, los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito en que se odian dos colores. | Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina, torre directa y peón ladino sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada. |
Adentro irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores. | No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada. |
Cuando los jugadores ya se han ido, cuando el tempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito. | También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días. |
En el oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este juego es infinito. | Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías? |
Jorge Luis Borges. «Ajedrez» (1960)