En el recorrido propuesto de los Valles Calchaquíes está Cachi. Pueblo diminuto y polvoriento y, según me dicen, visitado por extraterrestres con alguna asiduidad. En Cachi no hay mucho para hacer de modo que comer es el mejor plan. Así pasé la tarde entre casuelas de llama y cabernet, empanadas y cerveza Salta, hasta que se hizo la noche y solo quedaban los nenes corriendo en la Plaza única. El silencio profundo y la oscuridad absoluta entrecortada por farolitos de pocos wats en extraña combinación con horas de alcohol, abren un paisaje, hasta el momento insospechado. En el camino algo destaca: no hay puertas abiertas en ninguna casa y los picaportes brillan con su mejor bronce. Puertas horrendas, puertas nuevas, puertas altas… en todas se repite con el mismo empeño ese picaporte endemoniado. No sé que hacen estos habitantes encerrados tan temprano con la luz apagada, solo adivinados por el murmullo que dejan filtrar por debajo de las puertas herméticas. Y por qué cierran las puertas. Y por qué tienen los picaportes tan brillantes. Había dejado mi equipo antropológico en Buenos Aires de modo que no tuve cómo auscultar. Pensé en los extraterrestres y tuve que desestimarlo por razones obvias: cualquiera sabe que están en elUritorco y no en Cachi. Preferí no consultarlo con nadie menos por discreta que por miedo a escuchar alguna historia que me perturbara el sueño. Pero aquello que estamos destinados a saber es inevitable y por esas causalidades en el almacén, mientras reclamo una Villavicencio fría, escucho algo de unos enanos que salen de ronda después de las doce (horario conveniente si se es enano de historia espantosa) y andan por ahí robando picaportes con intenciones siniestras. Los motivos, los modos de operar y las relaciones con la cerrajería como seudociencia paranormal, me los reservo para preservar la sensibilidad de quién lee. Sépase únicamente que las siguientes tres noches dormí de a ratos, vigilando que la puerta de la habitación permaneciera cerrada. A la cuarta me conjuró un cerrajero y seguí mi viaje.
Esther